Foto + Texto + Dibujo
Marzo


02 abril 2025
Incorrecciones
Son malos tiempos para el lenguaje claro. Por ejemplo: para mí, un gordo es un señor que tiene un peso excesivo y punto. Siempre me ha preocupado la gente que hace de esta condición un motivo de escarnio, pero ello no impide que en mi semántica personal sea eso: un gordo, entendiendo que es descripción y no adjetivo. Con la explosión de las redes sociales, uno debe andar con mucho tiento, ya que los cazadores de la corrección siempre están al acecho y uno, o enmudece o se alinea, ya que las consecuencias pueden ser desastrosas. Pasa lo mismo con las opiniones. Yo, por ejemplo, soy de la idea de que el voto en el extranjero es una cosa muy rara. ¿A qué se debe que se legisle para que un señor que vive en el bello estado de Nebraska y que ha decidido ahí hacer su vida, vote por candidatos que viven en mi ciudad y cuyas determinaciones me afectarán o beneficiarán directamente? Me parece un misterio, pero si uno va por la vida diciendo eso, la cosa puede colapsar y se hablará de libertades y derechos, por lo que la estrategia del avestruz se vuelve prácticamente una obligación. Otro tema en el que es peligroso opinar es el de los migrantes a Estados Unidos. Por supuesto, hay que reconocer que hace falta mucha necesidad para emprender una travesía peligrosa y muy complicada buscándose la vida. Hasta ahí, por supuesto, mi total simpatía, pero ¿no tiene un país (aunque sea Estados Unidos con sus toneladas de hipocresía) derecho al control de sus fronteras? Me resulta por lo menos extraño que inmigrantes centroamericanos que entran de manera ilegal a nuestro país, en su tránsito al norte, sean normalizados sin que exista una política clara de inmigración en la que puedan ingresar a nuestro país de manera reglamentaria. Pero este es otro tema tabú. El tercer elemento de esta ecuación es el del “pueblo”, una entelequia que normalmente debe ser percibida como un grupo de gente pobre, pero honesta y sabia, que tomará las mejores decisiones. Cuestionar esta idea puede ser peligroso, ya que las reacciones nunca se traducirán en argumentos, sino en insultos que nos colocarán del lado de la oligarquía de la mafia y de la villanía porque no apreciamos estas cualidades incorpóreas. Una forma de saber si el pueblo es sabio, es justamente el proceso electoral. Hay que reconocer que el menú de opciones frecuentemente es de una pobreza ejemplar y es por ello que en varias elecciones he acudido a la casilla para anular mi voto, pese a las advertencias de que “favorezco al PRI” (al PRI lo favorecen sus votantes, nunca yo). Sin embargo hay gente que considera que debe votar por tal o cual candidato y así lo hace. El caso de Morelos me parece una tragedia casi griega. Hay un señor que es famoso porque fue un futbolista competente, vivió uno que otro escándalo y decidió convencido por una turba de vividores hacerse alcalde. Aparentemente hubo falsificaciones de firmas, dinero de por medio y una residencia no acreditada. Ante estos antecedentes (nula preparación, violaciones a la ley), uno esperaría que el Cuau no ganara ni un tostón en la rayuela. Pues bien, no sólo ganó Cuernavaca, sino que es el líder indiscutible en las encuestas para gobernar Morelos. Lo anterior a mí me parece una prueba palmaria de que “el pueblo” no es sabio y probablemente no sepa lo que quiere o no entiende las consecuencias de sus decisiones. Todo se resume, en estos tiempos fariseos, a la sobresimplificación: “¿Quiere usted que aumente la gasolina, sí o no?”. Evidentemente la respuesta más popular a este falso dilema es negativa. Si un candidato entiende eso, ignorando principios macroeconómicos elementales será más popular, he ahí el cepo en el que caen el resto (servidor incluido) cada que trato de explicar los riesgos de un pensamiento tan peligroso como ése. Son tiempos, pues, de “ciudadanas y ciudadanos”, de “internos” por “presos”, de “afroamericanos” por “negros”, tiempos en que la voz del pueblo es la voz de un dios que ha entendido que la mayoría nunca tiene la razón, pero pone presidentes.