El Avión
20 noviembre 2024

Durante mi infancia estuve rodeado de ritos muy raros que no sé si para bien o para mal se perdieron en la noche de los tiempos. A la calle en la que yo vivía, por ejemplo, llegaba un señor que era gitano acompañado de un oso negro que se erguía en dos patas al compás de un pandero. Una defunción más fue la del señor que llevaba la leche y la dejaba en la puerta, eran tiempos de honestidad y a nadie se le ocurría robar a sus vecinos. Para ir al cine había que ponerse elegante, lo cual representaba un misterio ya que era un lugar en el que una película de terror no permitía ver ni la mano propia. La misma regla aplicaba para visitar el aeropuerto, el motivo era lo de menos, los podía haber tan idiotas como “ver aviones” y otros de mejor calibre que consistían en recibir a un pariente o despedir a las tías que realizarían el viaje de sus vidas a Europa.
Soy un convencido de que nada hay más pernicioso que un viejo que va por la vida clamando que en sus tiempos todo era mejor, pues bien, haré una excepción; hace unos días visité el aeropuerto y me encontré con algo muy similar a un campo de refugiados en Kabul; gringos vestidos como se visten los gringos modernos, esto es, con bermudas, chanclas y camisas multicolores portando un sombrero de demanda penal. Había también niños oligofrénicos que desconocían el concepto de cuidado paterno y señores a los que si yo no fuera de natural penoso les preguntaría por su profesión.
Bien, es el momento de realizar una confesión, siempre he entendido las fobias como miedos irrefrenables que escapan al control de nuestra voluntad. Las hay ligeramente ridículas como la nomofobia, que se define como el temor a no traer consigo un celular y otras más respetables como la claustrofobia que supone quedarse sin luz en un elevador con Jesusa Rodríguez. La mía son los aviones; algún día leí que un avión que viajaba de Brasil a Alemania se partió en dos mitades sobre el Atlántico en medio de una tormenta y no pude dormir en una semana. El problema es que me gusta viajar y no me parece sensato caer en los excesos de Lars von Trier o de Bill Madden que no se subían a un aeronave ni amarrados. Por lo anterior es que cada que tomo un vuelo existen dos posibilidades; si es corto, digamos a Zihuatanejo, renuncio a mi agnosticismo y voy rezando una Magnífica, en contraste si es más largo, me dedico a tomar alcohol de manera vergonzosa por lo que mi llegada al aeropuerto De Gaulle puede ser apocalíptica.
Si alguien me pregunta, cosa que no ocurrirá nunca, le diré con franqueza que entiendo perfectamente que los Presidentes del mundo necesiten de aviones para viajar ya que son eso, Presidentes y no pelagatos como yo que trabajosamente me acomodo de manera circense en un asiento que lleva las rodillas en dirección precisa a mis escápulas. Al adquirir un avión los mandatarios matan una enorme cantidad de aves de un tiro; suben a periodistas gorrones, tienen una sala de juntas para que puedan trabajar, se evitan señaladamente los transbordos, a los que siempre he considerado una prefiguración del infierno y pueden atender crisis. Imaginen ustedes que está el señor Urbano López en un pueblito de Tabasco sentado sin hacerle daño a nadie y empieza a llover. En un rato las gotas que caen, en principio tímidas y espaciadas se convierten en una cosa torrencial que en una tarde hunde la producción de un año pero también hunde las propiedades y en un descuido a don Urbano. Bien, el señor Presidente se encuentra en visita en el bonito estado de Illinois porque le dio la gana saludar migrantes, la siguiente escena que uno se puede imaginar es la de un chalán marcando entre sudoraciones a Aeromexico para explicar que al señor Presidente le urge llegar a Tabasco para atender a don Urbano y el resto de los damnificados que son cientos. La respuesta puede ser la de un caracol de jardín: “Uyyy, tenemos el vuelo directo a Ciudad de México sobrevendido, lo podemos poner con escala en Atlanta y luego con espera de dos horas en el Benito Juárez para salir a Villahermosa”. El tiempo estimado de tal odisea puede ser de 36 horas, mismas que la gente inundada esperará sin la menor paciencia y empezarán los problemas con quejas de que se clavaron los dineros de los apoyos y que el señor Presidente brilla por su ausencia.
Uno de los actos de prestidigitación para idiotas más asombroso del mundo fue la oferta de campaña del Presidente en el sentido de vender el avión presidencial nomás que ganara. Supongo que se imaginaba hordas de compradores voraces esperando la oportunidad y la bendición del pueblo que lo veía como se miraba al Santo Varón de Asís. Sólo lo segundo ocurrió, recuerdo amigos que, emocionados, alababan esta conducta de honestidad franciscana. Bien, los problemas no tardaron en presentarse, por un lado, el avión presidencial fue mandado misteriosamente a los Estados Unidos y si escribo “misteriosamente” es porque aquí había un hangar gratuito y allá se pagaba un alquiler nada barato. El segundo problema se vincula con llevar a un Presidente en el vuelo de las seis, debe ser muy incómodo. Al principio se le recibía con porras que se convirtieron en abucheos conforme pasó el tiempo. Otro problema, que nadie ha advertido, es el de que hay que pagar por la comitiva y que grupos muy grandes de chalanes viajan en aviones… del gobierno. Vinieron las promesas, que tal carretera se iba a pavimentar con los beneficios de la venta del avión, que las ferreterías se surtirían de manera gratuita con los mismos fondos, que no faltaría el vick vaporub en nuestros botiquines, el caso es que, de acuerdo a una ley económica elemental, pronto se vio que las utilidades no daban ni para la carretera pero ello no importó dado que, a pesar de que se explicó que “había interesados” nadie hizo una oferta y la aeronave empezó a cosechar telarañas en un hangar perdido, y entonces, como en cuento de Rulfo, llegó la rifa…
Uno pensaría que se hallaba en una etapa temprana de algún sueño de Buñuel en su etapa mariguana de Un perro andaluz, por lo menos eso pensaba yo cuando vi al señor Presidente con un cachito de Lotería anunciando que el avión que no se vende se rifaría de acuerdo a la Lotería Nacional. El nivel de imbecilidad de la propuesta fue creciendo y entonces se armó una cena con exquisitos tamales de chipilín para que los fifís de este país se cayeran con el muerto y compraran boletos un poco a huevo (hace poco un querido amigo, que es funcionario público, me regaló un libro de AMLO, cuando observé extrañado que en su librero había como 20 ejemplares me dijo resignado: “nos obligaron a comprarlos”). No conozco a nadie que haya comprado un boleto, baratos no eran, costaban $500.00, pero el caso es que la rifa se llevó a cabo y un servidor, formado en una escuela positivista de pensamiento pensó la siguiente: “Están rifando un avión, en consecuencia, habrá un señor o señora que se lo gane y entonces tendrá un avión”. Mi ingenuidad todavía me enternece, se dijo que: a) había un montón de ganadores b) que NO obtendrían físicamente el avión c) el Presidente alardeó en Estados Unidos que había rifado un avión que todavía conservaba y finalmente d) alguien se clavó los dineros porque una auditoría ha demostrado que los premios no corresponden a lo vendido.
Ignoro y la verdad no me interesa demasiado, cuánto ha costado la inactividad del avión presidencial pero es un tema de caldos y albóndigas que se ha intentado vender como la renuncia a los privilegios de un señor que vive en un Palacio y que cuando no se sube a un Tsuru, es fotografiado saludando en una camioneta que vale casi dos millones de pesos y que claramente no fue adquirida para tomarse la foto en los baños de pueblo a los que nos tiene acostumbrados nuestro querido señor Presidente.
En tiempos más recientes se anunció que la hermana república de Tayikistan se interesaba en comprar la aeronave los datos indicaron que fue un remate de saldo ya que el avión se vendió en 700 millones de dólares menos de lo que costó y se argumentaron “fallas de origen”, considerando que no se estaba comprando un vocho usado es mucho argumentar y una mentira más que se nos endilga con impunidad cotidiana. Los de siempre dirán que se cumplió la palabra que nuevamente, es mucho decir.
Un reportaje reciente dio cuenta que AMLO dejó de viajar en aviones comerciales desde hace más de un año y ello se debe a que la “investidura”, como él la llama, salía profundamente raspada, El mismo reportaje dio cuenta que suele viajar en aviones jet de lujo -Elon Musk tiene un par- propiedad de las fuerzas armadas. ¿El saldo? Un avión malbaratado, un Presidente abucheado en el asiento 12-A y el uso de jets de lujo para los viajecitos presidenciales. Si lo anterior no es absurdo me retiraré de mi modesto empleo como cronista.