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Batallas de la burocracia

13 noviembre 2024
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En el lejano año del 1999 fui invitado a platicar con un par de personas que ahora son muy importantes, en aquel momento me consideraba un burócrata semi profesional, había escalado a fuerza de Godinato desde una subdirección hasta una dirección general y pensé que todo había terminado. Se trataba de una oferta laboral para integrarme al equipo de una de las dos personas que ahora son muy importantes y dado que en mi horizonte no advertí a nadie que se interesara en mis servicios es que acepté. Lo primero que ocurrió es que me redujeron el sueldo, la virtud del gobierno al que pertenecía parecía ser la pobreza franciscana, el dinero si es mucho siempre es motivo de sospecha así que hubo que apechugar y ajustar los gastos del wisqui y otras costumbres sibaritas. Después me enteré que mi meta jefe tenía por costumbre deambular en un auto compacto blanco como una señal de austeridad que se extendía por todo el gobierno; nada de viajes ni las prebendas que tan criticadas han sido para los funcionarios de un gobierno. Pronto me di cuenta que algo había de esquizofrénico en el asunto ya que me asignaron una camioneta de 8 cilindros más grande que mis malos pensamientos, un chofer que se llamaba Toño y era una excelente persona y un equipo secretarial combativo y numeroso. Fueron años de mucho trabajo, yo veía pasar el Tsuru de aquí para allá y me daba cuenta que el presupuesto asignado a mi oficina no daba ni para una paleta payaso, ello sumado a que una de las áreas que me tocaba en suerte administrar era pública y estaba en ruinas es que un conocido periodista me arreó hasta con la cubeta lo que provocó una crisis en la que quisieron correr a una subalterna y si no me corrieron a mí fue porque mi argumento de preservación era sensato: “nada puedo hacer sin un quinto”, entonces se decidió que podría poner en práctica mis filias neoliberales para lograr ingresos medianamente decentes. En el área que me tocaba administrar había tres elementos, unas lanchas ruinosas en un lago de color verde, estacionamientos y baños para los visitantes. El común denominador es que estos tres elementos eran administrados por personal sindicalizado que: se clavaba los dineros porque no daba recibos a menos que se le pidieran, llevaban enseres de limpieza al sitio equivocado que era su casa y no los baños por lo que aquello era un desastre. La idea neoliberal fue simple, quitarles ese control concesionando las lanchas, los estacionamientos y los baños. Todo cambió; recibimos montos justos y predecibles y los servicios mejoraron muchísimo ya que nuestros concesionarios eran los principales interesados en que aquello funcionara. Por supuesto de ave de rapiña no me bajaron y de monstruo privatizador pero todo jaló gracias a la mano invisible del mercado.



Más tarde me pusieron un grupo de notables que estaban ahí para darme consejitos, eran personas bien intencionadas que tenían ideas un poco raras, uno de ellos me sugirió que congeláramos el lago para que las personas pudieran patinar en el invierno. Le expliqué que esta medida tendría consecuencias en Montreal, ciudad en la que se iría la luz por la energía eléctrica que consumiríamos con tal iniciativa.



Una tarde me dirigía a mi hogar cuando una querida colaboradora me hizo favor de informarme que había un problema en el lago, así dijo: “problema”, no me alarmé hasta que escuché en la radio que se había formado una oquedad y el agua (20 millones de litros) se escapaba por el hueco a velocidad luz.



Casi me da una embolia.



Acudí al sitio entre llamadas de mis superiores y mentí descaradamente argumentando que estaba arribando al sitio cuando en realidad me hallaba ante la puerta de mi casa. Cuando llegué en medio de un aguacero me encontré con la escena siguiente: donde había un lago observé cascajo, un hoyote y cientos de carpas israelíes que boqueaban de una forma espantosa. Busqué un papel en blanco para presentar mi renuncia pero por algún milagro no me la pidieron y empezamos a resolver el problema. Fue una época de grand guignol a sugerencia de uno de mis colaboradores compramos una red para trasladar a las carpas, ahí estábamos chacualeando en las miasmas y avanzando como el capitán Ahab, que en paz descanse, tras Moby Dick, llegamos a la orilla y nuestro saldo de pesca consistió en una muñeca sin cabeza, y un envase de refresco de vidrio, de las carpas nada.



Perfeccionamos nuestro método de captura y decidimos trasladarlas al lago Nabor Carrillo en camiones de redilas acondicionados con lonas para poner el agua. Un servidor, que le gusta eso de predicar con el ejemplo, se ofreció de voluntario para cargar cubetas con carpas que una persona en el camión tomaba. En mi caso al joven que estaba en esa misión estratégica se le resbaló el recipiente y me vació, el agua, las carpas y el alma en la cabeza. Se asustó un poco creyendo que lo iba a correr, le expliqué que era un accidente y me fui a bañar. El olor a pescado lo perdí al tercer día.



Pasaron los días y los años, el Tsuru seguía rodando y lo siguiente que rodó fue mi cabeza. La nueva administración decidió que no requeriría de mis servicios y me hizo favor de informármelo por medio de un oficio dirigido a mi cargo pero con el nombre de un señor que no era yo. Nunca se los perdoné…

Copyright © 2023 | Fedro Carlos Guillén Rodríguez

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