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Las Fiestas

06 noviembre 2024
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Con un ánimo que me parece excesivo se celebra que los mexicanos seamos un pueblo “alegre”, esto se manifiesta de diversas maneras que me interesa compartir con usted. Vivo en una zona al sur de la ciudad de México que colinda con un pueblo originario cuya fiesta es el día de San Sebastián lo que produce las fiestas patronales que se caracterizan señaladamente con la quema de cohetes. La primera vez que los escuchamos mi entonces mascota y yo, pensé que se trataba del fin del mundo, el pobre Isidro, que era mi perro labrador, se refugió bajo el auto y yo ya no lo pude hacer porque ocupó todo el lugar. El festejo dura una semana en la que los vendedores ambulantes fracasan en las puertas de mi hogar ya que traigo algodones en los oídos y no me entero de nada.

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Me llaman la atención las fiestas de disfraces, es sorprendente como gente adulta y en uso pleno de facultades planea un evento en el que es menester ir como la Sirenita o el Zorro, que en paz descanse, nomás que con barriga. En el club al que asisto tal costumbre es propia de la noche de brujas, de hecho, se hace un concurso que premia a los más logrados. Yo voy nomás para ser un testigo sonrojado de la manera en que la gente ha perdido el gen del sentido del ridículo. Cuando me indican que en una reunión el disfraz es obligatorio me invento una enfermedad infecto contagiosa y me encierro a leer Los Miserables para entender las divagaciones de Victor Hugo.

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Un tipo de fiesta que se encuentra en serio peligro de extinción es la de quince años. Recuerdo una a la que asistí en que la quinceañera portaba un vestido que en su momento consideré escalofriante, como había ínfulas artísticas se contrató a una maestra de baile que generó indicaciones para que los chambelanes levantaran en vilo a la festejada lo que significaba un serio problema logístico ya que la susosdicha no era precisamente un junco por lo que los muchachos terminaron herniados bajo los acordes del maestro Strauss. Acto seguido un señor que era el Padrino ensayó unas palabritas que podrían haber sido emitidas en húngaro ya que antes de tomar sus tarjetitas se había tomado siete cubas por lo que el discurso resultó ilegible.

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Otro tipo de festejos son los que organiza gente con iniciativa para reunir a compañeros de la secundaria setenta años después. En realidad no se trata de una fiesta sino del recuento de los daños generados por el padre tiempo. Dado que a nadie le gusta que le hagan ver que ha sido derrotado por la vida, los asistentes se ponen sus mejores galas, sumen la barriga y cuentan historias de éxito que normalmente son falsas. A la que yo asistí me permitió dar cuenta que el niño Mario que era un perfecto hijo de la chingada se había convertido al budismo, otro cuyo nombre me reservaré, padeció lo más cercano a un coma etílico que he visto en mi vida. La chica que había sido una belleza primaveral se había convertido en una garra y uno que tenía un lote de autos resultó el más exitoso de nosotros si se da por buena la idea de que el éxito se mide en dinero y en traer colgada una cadenota de oro del pescuezo.



La gente tiene la costumbre de casarse y un asunto que es tan simple como la decisión de dos personas de unir su vida se vuelve una parafernalia infinita. Lo primero es seleccionar la lista de invitados de la pareja y ello se vuelve una prueba maldita ya que la tía Tere no puede ver ni en pintura a la tía Chelita y entonces hay que tomar decisiones que invariablemente causan agravios que se magnifican con el número de invitados de cada pareja y quién será el pagano del ágape. Otro detalle sutil es quién se sienta con quién y la elección de padrinos. A mí, que soy la persona más atea del planeta, me eligió una pareja para que fuera el padrino de su criatura, no me pude negar pero en el momento de la ceremonia recibí un notable regaño ya que el señor cura que sabía de mis dudas de la fe. Creo que he visto a mi ahijado cinco veces en 20 años por lo que puedo decir que se los advertí.



El menú de las fiestas de boda es normalmente muy predecible, una crema de algo que resulta asqueroso y siempre está fría, carne o pollo y las botellas de vino que el padre de la novia empezó a comprar un año antes. Después de los sagrados alimentos viene el bailongo amenizado por un grupo de pacotilla, ahora a las damas se les ofrecen una especie de chanclas para que bailen con comodidad y se ensayan pasitos grupales como el de “no rompas más mi pobre corazóóóón”. Una vez lo intenté y entonces me di cuenta que tenía serios problemas de lateralidad cerebral. En las bodas siempre hay uno o varios incidentes lamentables, los borrachos que se orinan en los arriates de la casa de la novia o el señor que olvida a la esposa en la fiesta (la anterior es una anécdota personal de mi tío Fernando). Los pleitos a golpes son también un clásico nupcial.



El problema con las fiestas sorpresa es justamente que no se le advierte al festejado de tal iniciativa y ello puede producir resultados lamentables. Recuerdo que alguna vez un amigo invitó a uno que cumplía años a festejar en su casa, esta buena acción de amistad devino en desastre ya que la información relevante (que también había convocado a la esposa del cumpleañero) no fue revelada. El caso es que mi amigo llegó con una mujer con la que mantenía relaciones non santas y entró muy quitado de la pena. El anfitrión mostrando una lucidez sorprendente fingió que la dama era su pareja y así se resolvió el asunto. Una escena exactamente igual ocurre en la película “La chica de rojo” pero en este caso fue real.



En fin, la gente seguirá festejando y yo seguiré cuestionando tales festejos, mi propia misantropía me perseguirá hasta el día que les falte.

Copyright © 2023 | Fedro Carlos Guillén Rodríguez

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